martes, 27 de mayo de 2008

Indiana Jones.

Esto lo tiene puesto mi hermano Pepe en su subnick, y yo lo firmo y voy a pelear donde sea para ratificarlo:



Bendito sea Indiana Jones.


Y sentencia Noel en el Blog El emperador de los helados, con más razón que un santo:



Esta es una película en la que el verdadero fan se querría quedar a vivir




sábado, 24 de mayo de 2008

Las configuraciones de la Experiencia.

¿Cómo se había enterado por primera vez de la caja de Lemarchand? No lo recordaba. Tal vez en un bar; en una zanja, de labios de un compañero de desgracias. En ese tiempo era solo un rumor… este sueño de un domo de placer, donde aquellos que habían agotado las delicias triviales de la condición humana podrían descubrir una nueva definición de gozo. ¿Y la ruta para llegar a ese paraíso? Había varias, le dijeron: mapas de la interfaz entre lo real y lo mas real todavía, dibujados por viajeros cuyos huesos se habían convertido en polvo hace mucho tiempo. Uno de esos mapas estaba guardado en las criptas del Vaticano, oculto, en forma de código, en una obra teológica que nadie leía desde la Reforma. Se comentaba que otro —que adoptaba la forma de un ejercicio de origami— había estado en posesión del Marqués de Sade, que lo había utilizado durante su encarcelamiento en la bastilla para hacer un trueque con un guardia, a cambio de las hojas de papel donde luego escribió “Los 120 días de Sodoma”. Otro había sido construido por un artesano —fabricante de pájaros cantores— llamado Lemarchand, con la forma de una cajita de música de diseño tan elaborado que un hombre podía juguetear con ella la mitad de su vida sin lograr abrirla jamás.

A ver si esta propuesta es capaz de estimular vuestra retorcida imaginación:

Clive Barker expande el concepto de llave-objeto, la convierte en llave metafísica que permite a los insatisfechos, a los obsesos o a los dementes sin sofisticación, torcer el mundo para que se ajuste a la forma de sus sueños, cruzar al otro lado del Cisma y acometer las enseñanzas de la Orden de la Incisión, satisfacer el anhelo de “hablar con el fantasma de algún antiguo amante que murió antes de que naciera el dios del amor” (tal como dicta la cita al comienzo del relato largo: El corazón condenado)…

Clive Barker insinúa la existencia de muchos otros objetos que no son sólo un mapa de ruta, sino la ruta misma: un trozo de soga transido de complicados nudos vetustos, una obra teológica codificada conservada en el Vaticano, un ejercicio de origami que perteneció a Sade, la propia caja de Lemarchand, y acaso existan otros enigmas como un crucigrama cuya solución abriese el cerrojo del jardín del paraíso, o un rompecabezas cuya culminación permitiese el acceso al País de las Maravillas.

Os conmino a que compongáis, oh comentaristas insignes, reseñas de acertijos para desquiciados que tuviesen efectos similares, hacia qué lugar conducirían, qué personajes convocarían…

Radio-relatos.

El falso documental me atrae. La radio, el medio más literario sin duda, me disloca. Las pelis de zombies son de mis favoritas. REC me alucinó. Os propongo este juego literario:

Picasso Fm.

Radio retransmitiendo desde Tarragona.

Miércoles, 30 de abril.

9:05 de la mañana.

LOCUTOR: - No sabemos… No tenemos noticias claras de lo que está ocurriendo. En las calles todo es un caos desde esta pasada noche. Permanezcan atentos a nuestra emisora. A ver, tenemos una llamada de un oyente. ¿Diga, diga? Javier es usted, ¿verdad?

OYENTE: - Sí, sí. ¿Estoy… estoy en antena? ¡¡Dios santo, dios mío, esto es una tragedia, el fin del mundo, la gente se ha vuelto loca!!

LOCUTOR: -Cálmese, cálmese, por favor. ¿Qué está ocurriendo ahí? ¿Qué puede contarnos?

OYENTE: -Sí, sí, lo siento. Llamo para decir que no salgan de sus casas, que quien nos esté oyendo se encierre en casa y lo asegure todo, puertas, ventanas, todo… ¡La gente se ha vuelto loca! Van por ahí corriendo y haciendo migajas a todo el que cogen. ¡Que no salgan!

LOCUTOR: -¿Pero qué hacen, qué le ha pasado a usted?

OYENTE: -Esta mañana, bien temprano, el coche no me arrancaba. Menos mal que no, que si no… ¡Ay, dios mío, mi mujer, mis hijos, no quiero ni pensar qué hubiese ocurrido! Bueno, eso, entré en el garaje a coger el coche de mi mujer y oí unos gritos en la calle. Nada, fue asomarme y ver venir corriendo a dos tíos cubiertos de sangre de pies a cabeza, ¡de pies a cabeza! Claro, así a bote pronto, creía que eran víctimas de un accidente o algo, pero qué va, se me echaron encima y me asusté, se me echaron encima, me cagué en lo alto, ay dios santo, no me dio tiempo ni a bajar la puerta de la cochera, me eché a correr hacia dentro, iban a por mí, iban a matarme, entré por la puerta de la cocina y la cerré justo a tiempo, porque empezaron a estamparse contra ella. Menos mal, menos mal que el año pasado cambié la puerta de aluminio endeble por una de esas ignífugas, que si no, ya estaban dentro esos hijos de puta. Estuvieron ahí machacándose hasta que se hartaron y se fueron. No decían nada, nada, quiero decir que no eran unos chorizos, unos vándalos. Estaban como… como poseídos, como en las películas de terror. Me puse a llamar a la policía, pero siempre saltaba el contestador. Mis hijos, mi mujer se habían levantado, estaban ahí temblando y llorando… Y entonces sonó un trompazo enorme. Nos asomamos a la ventana del salón. ¡Dios santo, dios santo!

LOCUTOR: -¿Qué, qué?

OYENTE: - Un coche se acaba de estrellar contra el chalecito de enfrente, había entrado en la terracita y se había empotrado contra una columna. Había dos personas tiradas en la calle. Llamé otra vez a la policía, pero igual. Mi mujer empezó a gritar. Miré otra vez en la calle y ¡dios del cielo! llegaban tres o cuatro personas desquiciadas a todo correr y empezaron a sacar al conductor del coche accidentado por la ventanilla, a tirones, y empezaron… empezaron a reventarlo allí mismo. ¡¿Qué coño está pasando?!

LOCUTOR: -¡No sabemos, Javier, no sabemos nada aún! Las centralitas oficiales están colapsadas. Internet no funciona. Llámennos, por favor, si saben algo, si les pasó algo y pueden contarlo, utilicen su móvil para ponerse en contacto con nosotros. Permanezcan atentos a la radio. Estamos seguros de que pronto tendremos una explicación para esto que está ocurriendo.

(La radio aguarda vuestras relato-llamadas, avezados comentaristas.)

viernes, 9 de mayo de 2008

To be over. Yes. Relayer.

Este gran tema de Yes me inspiró la obrita que da nombre a este blog. Fue en un verano que recuerdo con mucha nostalgia; la juventud parecía interminable y un juego de la imaginación.


We go sailing down the calming streams
Drifting endlessly by the bridge
To be over
We will see
To be over

Naveguemos corriente abajo
Calmosamente a la deriva,
bajo las arcadas del puente
Y estaremos listos
Comprobaremos que estamos a punto

Do not suffer through the game of chance that plays
Always doors to lock away your dreams
Think it over
Time will heal your fear
Think it over
Balance the thoughts that release within you

No sufras por las opciones que dejemos atrás
Como si fueran puertas que nos apartasen de nuestros sueños
Cree que el tiempo disipará tus miedos
Medítalo
Equilibra los pensamientos que se desatan en tu interior.

Childlike soul dreamer one journey
One to seek and see in ev'ry light do open
True pathways away

Soñador con alma de niño
Sueña un viaje en que buscar y descubrir que
en cada haz de luz se inaugura un sendero auténtico

Carrying closer go gently
Holding doors will open everyway
You wander true pathways away

que nos con delicadeza nos transporta
hacia las puertas que, irguiéndose, conducen a todos los sitios
Ahora peregrinarás por senderos verdaderos.

After all your soul will still surrender
After all don't doubt your part
Be ready to be loved

Y al finalizar, tu alma aún habrá de rendirse
pero nunca dudes de que esté lista para ser amada.

jueves, 8 de mayo de 2008

Capítulo 1.

1. Huída de Arvenia. Noche de tormenta. Los endriagos del Gerión: la Guardia Mutilada. La heroicidad de Nieder Leenden.

En la noche tempestuosa, tres de aquellas cosas con la cualidad de pólipos tentaculados se derramaban por los tejados de la ciudad de Arvenia. Un relámpago crepitó en los cielos y las iluminó: aunque había porciones de humanidad en ellas, eran las mínimas. Una mano ansiosa señaló con un dedo la ventana iluminada de una buhardilla al otro lado de la callejuela. Comenzó a llover. Las formas se precipitaron en el vacío y aterrizaron con sonidos chasqueantes en las tejas, docenas de las cuales se desprendieron y se hicieron añicos contra el empedrado. Los tentáculos de uno de los asaltantes destrozaron los cristales y lo deslizaron hacia el interior para encontrarse… ¡Con nadie! ¡Las presas habían huido! El lugar estaba atestado de material científico. Un grueso volumen se hallaba abierto sobre el escritorio. De pronto, un siseo dio la alarma en el exterior: una de las criaturas había divisado a los fugitivos a un par de calles de distancia. Sin perder un segundo, los endriagos se lanzaron en pos de ellos.

El profesor Grauber frisaba los sesenta años de edad y aquella repentina lluvia tumultuosa le martirizaba las articulaciones. Sus dos acompañantes hacían lo posible por que no aminorase el paso. Los hangares quedaban ya cerca, pero no lo suficiente como para sentirse a salvo. Para colmo de males, Nieder Leenden, su ayudante, creyendo haber escuchado un estrépito, forzaba aún más la marcha.

-No puedo más… - Hauff Grauber trastabilló y se quedó apoyado en una esquina.

-Ánimo, profesor, falta poc… - Nieder Leenden calló de forma súbita. Su rostro empapado estaba vuelto hacia lo alto. La lluvia arreciaba y los rayos se intensificaban. Acababa de descubrir siniestras siluetas que saltaban y salpicaban por los tejados. -¡Rápido, profesor! ¡Nos han visto!

La carrera subsiguiente fue imposible de procesar para Grauber, de miembros desmañados y azotados por el vértigo, y sólo el pánico y la energía de Nieder Leenden pudieron sostenerla. El pequeño dirigible –el casco de una elegante barcaza- se hallaba preparado para el viaje desde el día anterior. La razón para demorarlo se había debido a unos inaplazables ajustes en el revolucionario artefacto del profesor. Nieder Leenden lo ayudó a subir por la escala y él mismo se disponía a hacerlo cuando unos ladridos-bufidos-llantos-gimoteos resonaron en el umbral del hangar. Giró sobresaltado la cabeza y descubrió a tres sicarios del Gerión, el gran sacerdote de taumaturgia, abalanzándose hacia ellos con movimientos untuosos y ondulantes. Aquellos endriagos que otrora fueron hombres, habían sucumbido al poder que suponían el inflingirse la auto-mutilación y la atadura de entidades supranaturales: sólo un resto de carne nacida de mujer habían tenido el cuidado de conservar, para no ingresar por completo y sin remedio en el otro oscuro mundo, mientras que todo lo cercenado había resultado sustituido por apéndices imposibles, de consistencia apenas material, lúbrica y estomagante.

-¡Demonios! –escupió Nieder y se apresuró a subir. - ¡Suelte las amarras de babor, profesor!

Los endriagos ya se encaramaban a la nave. El esforzado joven se había hecho con un bichero y golpeaba sus masas serpenteantes mientras que Grauber cortaba las amarras con un destral. De inmediato, el dirigible se elevó de un modo abrupto de aquel lado.

Si embargo, uno de los atacantes había conseguido izarse hasta la cubierta y acorralar al profesor, y los otros dos casi lo habían conseguido. Por un milagro, el vuelco hizo que un tonel de agua rodase y se estampase contra estos, devolviéndolos de nuevo a tierra. Nieder tomó una decisión a la desesperada y, confiando en el destino, procedió a desclavar las bitas de estribor haciendo palanca con el bichero. La última se desprendió por fin con un crujido de la borda y el dirigible se alzó con una violenta sacudida.

Manteniendo a duras penas el equilibrio, corrió a auxiliar al profesor, quien procuraba alejar de sí a la aberración por medio de torpes hachazos. Nieder Leenden lanzó un aullido desesperado y acertó con su arma en un brazo todavía humano, sus partes más vulnerables. El endriago aulló y, encarando al audaz, lo aprehendió por el cuello con uno de sus sinuosos apéndices. Nieder se vio zarandeado por los aires y arrojado brutalmente sobre la cubierta; su cabeza rebotó cruelmente contra el mástil y ya no se movió.

No fue en vano su arrojo: había dado oportunidad al profesor de dirigir un certero golpe contra la frente desnuda del endriago. La cosa quedó unos segundos perpleja, tratando de mirar el filo que penetraba en su cráneo, y finalmente quedó esparcida en el maderamen entre débiles convulsiones.

El dirigible abandonó el hangar ante los gritos frustrados de los dos endriagos y pronto, sacudido por rachas de viento y lluvia, se suturó a la piel de la noche.