jueves, 10 de abril de 2008

Cómo confeccionar un cuaderno de campo.

por el profesor Etiénne De Griffes.

Aquí se irán colgando los apuntes de clase. Una alumna avanzada, la señorita Zelenitsas1, se ocupará de transcribirlos al dictado, ya que un reciente accidente me ha privado temporalmente de la visión, presumiblemente, la mayor parte del presente curso (tratar con duendes presenta estos inconvenientes…)

1. Introducción.

Definiciones de lo que sea un hada las hay a centenares, si bien la mayoría se inclina por interpretarlas como criaturas o entidades cuasi materiales que vendrían a encarnar algún tipo de energía: energías mágicas, elementales, cósmicas, telúricas… Nosotros trabajaremos con una definición eminentemente pragmática, acuñada tras muchos años de dura labor: “Si es un hada, entonces es comestible.” No en vano, toda nuestra ciencia de los sabores proviene de ellas, tal como se afirma en el manuscrito anónimo del siglo XI De silforum lingua. Claro está que pertenecen a una clase especial de alimentos, ya que confieren a quienes los ingieren los llamados dones, entre los cuales:

-la melena de Sansón.
-el verbo de Shareazaad
-diez de un solo golpe
-las botas de siete leguas
-la tonada de Hamelín
-ardid de lobo

Y la lista prosigue, y aún no está agotada.

Pero para poder adquirirlos, y siendo que son temporales, son imprescindibles tres saberes previos:

-Saber atrapar hadas.
-Saber cocinarlas.
-Saber asimilarlas.

Las hadas existen para los humanos desde el momento en que empezaron a consumirlas, y puesto que somos tan pocos quienes las hemos degustado de forma consciente, continúan siendo grandes desconocidas, e incluso se las tilda de ficciones. Un hada es la cosa más inadvertida del mundo, un apenas siempre, algo que existiría a ratos según nuestra percepción.

Hay muchos ejemplos de ingestiones inconscientes de hadas: cuando el escritor se ofusca y no encuentra una palabra, y se dice que la tiene en la punta de la lengua… en realidad está paladeando a una infortunada sílfide que se introdujo por despiste en las grutas de nuestras fauces; un poco más tarde, si por un casual se asimilaron sus nutrientes y se adquirió el don llamado: el vocablo de Shareazaad, el escritor alumbrará aquel esquivo vocablo. Por supuesto, al incauto devorador siempre se le escapará su propio rostro de ogro en el lance de la masticación y la deglución.

Este es uno de los peligros más importantes para los consumidores de hadas: “Quien consume carne de hada, corre el riesgo de abominar para los restos de la comida humana.” Muchas de las amenazas que aguardan al cazador de hadas no son tanto esas mismas criaturas, como los humanos que se transformaron a causa de su masiva ingesta.

Para esta introducción acerca de cómo confeccionar nuestro cuaderno de campo, presentaremos dos ejemplos y el modo de cazarlos. La forma de cocinar y de asimilar los nutrientes de estos especimenes en cuestión, se expondrá en la siguiente entrega.

Vislumbres.
Aunque no sea aconsejable tratar el material con las manos desnudas, en estos dos casos apenas existen riesgos. Este tipo de duendes presentan rasgos muy marcados, cuerpos escuálidos y escurridizos, manos y pies desproporcionadamente grandes. Articulan pocas palabras y suelen encontrarse en casas rústicas, sobre todo en periodos estivales. A estos duendes los vuelven locos los ovillos de lana. Suelen ser presa habitual de los gatos, que adquieren así, casi de manera connatural, el don llamado las botas de siete leguas, que consistiría, resumidamente, en una agilidad portentosa. (Este es un cuidado que debe tomar el cazador de duendes: procurar expulsar a todos los posibles gatos dentro de un área determinada.) Un simple ovillo situado en un lugar estratégico –cerca de un mueble, por ejemplo-, a eso de la hora de la siesta, suele bastar para que surjan de sus madrigueras. Impregnar el ovillo con sidra es un método infalible.

Horadadores.
Llevan barbas, algún atuendo básico. No horadan la tierra como es común creencia, no, sino los ratos muertos, los fósiles más duros del universo. Cavan sus galerías bajo las montañas más insospechadas, pues. El aburrimiento es un animal que se agazapa y toma por sorpresa al más pintado. Para atrapar a un horadador, se puede sacar provecho de ese estado de apatía: se trata de contar en voz alta de seguido los segundos de siete minutos. Esta cuenta actúa con un conjuro que materializa una piedra preciosísima según la apreciación de estas criaturas: el grupo de horadadores (pues suelen aparecer en grupos de tres o cuatro), habiéndola detectado, surgirán de improviso al terminar la cuenta, abriéndose paso desde el interior de un mazacote de arcilla endurecida que previamente habremos dispuesto cerca de nosotros.




Notas de la transcriptora:
1. ¡Hola a todos! Es para mí un placer.

3 comentarios:

Marcelino Vinopan dijo...

magnifico! Se tendra en cuenta a la hora de ir de cacería!!

Pistacho dijo...

Que clase mas interesante!

GriffinNest dijo...

Ah, eres bien amable dejando tu comentario! Voy a enlazar tu blog, el cual espero que pronto esté a rebosar de textos interesantísimos! Un saludazo.