sábado, 19 de abril de 2008

Prólogo.

De los papeles manuscritos de Jean-Martin Charcot 1:


Conocí al matrimonio Valdemar en el 65 en una demostración de sonambulismo 2 realizada en París por Charles Lafontaine 3, continuador de las doctrinas del marqués de Puysegur , discípulo del incomprendido Franz Anton
Mesmer 4. Don Gonzalo Valdemar era un armador portugués, residente en las Islas Azores, concretamente en la ciudad de Ponta Delgada, en la Isla de San Miguel. Después de la actuación del suizo, fuimos a cenar al Grand Véfour; al parecer su interés por el estudio de la psique humana les había llevado a descubrir algunos de mis escritos. La velada transcurrió de forma muy agradable, pero por lo demás, nada extraordinario había de hacer que la reseñara en mi memoria.

Al año siguiente recibí una carta de ellos. Me pedían que fuese a visitarles con motivo de un caso clínico. Su hijo de 17 años, Ernesto Valdemar, estaba aquejado de una enfermedad mental. Decidí tomarme unas vacaciones y pedí una excedencia en mi lugar de trabajo, l’Hôpital de la Salpêtrière.

Ernesto Valdemar era un muchacho espigado, de cabello, tez y ojos oscuros, bien parecido, de porte distinguido y gráciles movimientos. Si bien su madre se preocupaba por que vistiese como un caballero portugués, como convenía a su condición, él se obstinaba en disfrazarse del marinero más vulgar del puerto de Ponta Delgada. Se le daban bien los idiomas, pero rehuía el saber institucionalizado, y prefería la compañía de estibadores y carpinteros marítimos, de grumetes y oficiales de cantina. Era un joven apasionado por la vida en el mar. De estas disposiciones de su espíritu me informaron sus padres, porque en el tiempo en que yo lo conocí permanecía postrado en la cama, consumido por la fiebre. Los doctores que le habían examinado no habían sido capaces de hallar una dolencia física que explicase su estado. Sus padres, interesados por la ciencia mesmérica, habían pensado en recurrir a alguien serio, no a un charlatán de feria como Lafontaine, lo cual me honraba.

Permanecí junto al muchacho algún tiempo, administrándole cortas dosis de láudano para aplacar a su torturada psique. Cuando lo vi lo suficientemente repuesto, procedí someterlo a la hipnosis, ya que él no sabía expresar con sus propias palabras el motivo de sus quebrantos. En la primera sesión, se hallaban presentes sus padres, así como un secretario que transcribiría toda la conversación. Por suerte, su francés era bastante bueno y no había necesidad de intérprete. Unos pocos pases sumieron a Ernesto en el sueño mesmérico. Su respiración se hizo inmediatamente más fácil y parecía no padecer ninguna incomodidad física.

Ch. - ¿Duerme usted?

E. - Sí..., no; preferiría dormir más profundamente.

Ch. - (Después de algunos pases.) ¿Duerme ahora?

E. - Sí.

Ch. – Dígame si ve alguna cosa.

E. – Sí (el paciente titubea).

Ch. - ¿De qué se trata?

E. - ¡Oh, horror de horrores! (El paciente se estremece, se le demuda el semblante.)De repente el hielo se abre a derecha e izquierda y giramos vertiginosamente en inmensos círculos concéntricos, rodeando una y otra vez los bordes de un gigantesco anfiteatro, el ápice de cuyas paredes se pierde en la oscuridad y la distancia. ¡Pero me queda poco tiempo para meditar en mi destino! Los círculos se estrechan con rapidez... nos precipitamos furiosamente en la vorágine... y entre el rugir, el aullar y el atronar del océano y de la tempestad el barco trepida... ¡Oh, Dios!... ¡y se hunde...!

(Charcot interrumpe la primera sesión.)

Ernesto estaba muy agitado. Le proporcioné un poco de láudano en su bebida para que descansase. Una sensación de déjà-vu me había asaltado.

-¿No les resultan familiares esas palabras? –pregunté a sus padres. Pero su respuesta fue negativa.

Al día siguiente, llevé a cabo una segunda sesión:

Ch. – Ayer mencionó usted un desastre en el mar, ¿lo recuerda?

E. – No.

Ch. – De acuerdo… Dígame dónde se encuentra.

E. – En Nantucket.

Ch. - ¿Cómo dice? Repítalo, por favor.

E. – En Nantucket.

(Charcot pide al señor Valdemar que traiga un Atlas.)

Ch. – Así que en Nantucket… “Una isla de 30 millas al sur de Cape Cod, Massachussets, en los Estados Unidos. Junto con las pequeñas islas de Tuckernuck y Muskeget conforma el condado de Nantucket. ¿Cómo puede decir eso? ¿Quién cree que es?

E. – Mi nombre es Arthur Gordon Pym. Mi padre es un respetable comerciante de pertrechos para la marina, aquí en Nantucket. Mi abuelo materno es procurador con buena clientela. Al cumplir los seis años me envió a la escuela del viejo Mr. Ricketts, un señor manco y de costumbres excéntricas, muy conocido de casi todos los que han visitado New Bedford. Permanecí en su colegio hasta los dieciséis años, y de allí salí para la academia que Mr. E. Ronald tiene en la montaña. Allí me he hecho amigo íntimo del hijo de Mr. Barnard, capitán de fragata. Augustus, que tiene casi dos años más que yo, fue a pescar ballenas con su padre a bordo del John Donaldson, y siempre me está hablando de sus aventuras en el océano Pacífico del Sur. Al fin, he acabado interesándome por lo que me contaba, y gradualmente he ido sintiendo el mayor deseo por hacerme a la mar. Poseo un barco de vela llamado Ariel. Con esta embarcación cometemos las locuras más temerarias del mundo, y hasta me maravillo de seguir entre los vivos. Una noche de borrachera no muy lejana, en plena tormenta nos arrolló el ballenero El Pingüino, capitán E. T. Block, de New London. Por fortuna, uno de los pernos que sujetaban la madera del casco se había salido abierto paso a través de la chapa de cobre, y había detenido mi marcha cuando yo pasaba por debajo del barco, inconsciente, fijándome de modo tan extraordinario a su fondo. La cabeza del perno había atravesado por el cuello la chaqueta de lana verde que llevaba puesta, y me había rasgado la parte posterior de mi cuello entre dos tendones, hasta la altura de la oreja derecha.

Ch. - ¡Arthur Gordon Pym! Ah, cómo no, ¡cita usted a Poe! También yo me extasié leyendo sobre esas aventuras en el polo sur. Imagino que ese lance casi fatal no le hizo cambiar de parecer en cuanto a lo de hacerse a la mar…

E. – ¡Al contrario, nunca he experimentado un deseo más vivo por las arriesgadas aventuras de la vida del navegante que ahora, una semana después de nuestra milagrosa salvación! Y es que, cuando más me entusiasmo en favor de la vida marinera es cuando Augustus imagina y describe los momentos más terribles de sufrimiento y desesperación. Me intereso escasamente por el lado alegre del cuadro. Mis visiones predilectas son las de los naufragios y las del hambre, las de la muerte o cautividad entre hordas bárbaras; las de una vida arrastrada entre penas y lágrimas, sobre una gris y desolada roca, en pleno océano inaccesible y desconocido.

Ch. – No podía ser de otro… Pero, como bien sabrá, estas visiones o deseos son comunes entre la clase harto numerosa de los melancólicos.

E. – Yo las considero tan sólo como visiones proféticas de un destino del cual siento su próximo cumplimiento. Augustus está totalmente identificado con mi modo de pensar.

(Charcot suspende la sesión.)

Estaba maravillado. Tenía entre manos un presunto caso de regresión hipnótica. Sólo que el muchacho parecía haber memorizado milimétricamente aquella novela de aventuras que yo también había devorado en mi juventud. Y más que memorizado, habría que decir “asimilado”, porque la narraba como si se encontrase en los prolegómenos de la historia que aún estaba por contarse. La historia, inconclusa, se podría resumir así:

El protagonista, el joven Arthur Gordon Pym de Nantucket, se embarca clandestinamente en el barco ballenero Grampus. A bordo hay un motín. Augustus, Pym y un tal Dirk Petes logran reconquistar el barco y perdonan la vida a uno de los amotinados, un tal Carter. Pero una súbita tormenta deshace al Grampus. Los desdichados deben recurrir al canibalismo para sobrevivir. Son rescatados por la goleta Jane Guy, capitaneada por William Guy y cuyo principal objetivo era investigar las zonas inexploradas cerca del polo sur. Hacia allí se dirigen con el barco, logrando cruzar la barrera de hielo y descubriendo una extraña isla habitada por salvajes de piel negra y un inexplicable terror hacia todo lo blanco. Estos se muestras muy amistosos, pero finalmente mediante una trampa logran asesinar a toda la tripulación de la Jane Guy. Solo se salvan Dirk Peters y Arthur Gordon Pym.

Los dos sobrevivientes logran mantenerse con vida y descubren en la isla una serie de curiosas inscripciones, finalmente logran hacerse de una canoa con la que se lanzan a la mar en donde encuentran una irresistible corriente que los empuja hacia el sur, hacia el polo.
A medida que acercan al fin del mundo todo el entorno va cambiando, se ve una enorme columna de vapor en el horizonte, el agua toma un tinte lechoso y se calienta, cae sobre la canoa un finísimo y pálido polvo, decenas de aves gigantes y blancas gritan
¡Tekeli-li,Tekeli-li!

Sin dudas lo más sorprendente es el final, transcribo textualmente: “Entonces nos precipitamos en el seno de la catarata, que se entreabrió como para recibirnos. Pero he aquí que, a través de nuestro camino, se alzó una figura humana de proporciones mucho mayores que las de ningún habitante de la tierra, con el rostro velado; el color de su piel tenía el blanco purísimo de la nieve.

Eso es todo, en el añadido de Poe: Conjeturas, sólo figuraba la explicación de que Pym falleció sin escribir los últimos tres capítulos de la historia, además había una escueta explicación de las inscripciones halladas en la isla escritas en diferentes lenguas (árabe, etíope) y que sólo agrega mas misterio al asunto.

A título personal diré que las peripecias marítimas del señor Pym, a pesar de la innatural sucesión de momentos pavorosos, de situaciones inmersas en el más puro horror humano (claustrofobia y catalepsia, amotinamientos sangrientos, antropofagia y buques fantasma), muestran un realismo poco usual, un aire de veracidad al que sin duda contribuyen las continuos referencias documentalistas que salpican la novela.

Decidí entresacar algunos datos concretos de aquella amalgama:

-La trilogía marítima de Poe: Mensaje encontrado en una botella, Un descenso al Maëlstrom y Las aventuras de Arthur Gordon Pym, se distinguen por sus finales abruptos y casi idénticos. La leyenda que corría sobre el final de Poe decía que, ingresado en un hospital afectado de delirium tremens, en sus últimos momentos invocaba obsesivamente a un explorador polar, llamado Reynolds, que había servido de referente para su novela de aventuras fantásticas Las aventuras de Arthur Gordon Pym, y que al expirar pronunció estas palabras: “¡Que Dios se apiade de mi pobre alma!”.

-Los primeros capítulos de Las Aventuras de Arthur Gordon Pym de Nantucket comenzaron a publicarse por entregas en el Southern Literary Messenger en el año 1837, y se publicó como libro en 1838, solo 16 años después de que Davis pisara la Antártida.

-Poe (19 de enero de 1809 – 7 de octubre de 1849), quien finge ser el mero editor de Arthur, nos da noticia de "la reciente muerte de Mr. Pym, tan repentina como deplorable", lo que imposibilita la publicación de los dos o tres últimos capítulos de esta historia (imaginamos que Pym iría transcribiendo u ordenando sus diarios y apuntes previos para cada capítulo antes de su sucesiva publicación.)

-En el comienzo de la peripecia narrada, Arthur apenas tenía 18 años. Cuando se oculta de polizón en el ballenero Grampus, 19 y medio.

-Arthur Gordon Pym se precipita por polo sur el 22 de Marzo de 1828, es decir, con 20 y pocos. Pero Arthur habla en la novela de nueve años más de aventuras en el mar.

-El otro superviviente a la peripecia marítima sería Dick Peters, inaccesible allá en Illinois.

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En fin, las sesiones de hipnotismo prosiguieron. Al término aquella semana, Ernesto había declamado de principio a fin la obra de Poe, sin resquicios, en tiempo presente, como si estuviese viviendo todas esas peripecias en el momento de enunciarlas. Los presentes sólo podíamos escucharle, entre desorientados y fascinados. Sin embargo, la sorpresa mayúscula advinó al séptimo día, cuando el relato avanzó más allá de las últimas líneas transcritas por Poe.

(Extracto de la séptima sesión.)

E. – El gigante vadea en vano contra la corriente, tratando de zafarse del poder de un gran remolino cuyo vórtice se dispara hasta las entrañas de la tierra. ¡Ah, qué portentoso espectáculo! La catarata de bruma y agua pulverizada que hemos atravesado tiene su causa en el impulso de los océanos que se precipitan a través de este punto misterioso del orbe. Este gigante pálido, con una expresión boba de espanto, parece estar condenado a nadar sin esperanza, horrorizado por la idea de ser absorbido por el maëlstrom, como un Tántalo o un Sísifo. Nosotros, en cambio, en nuestra diminuta canoa, no tenemos oportunidad de resistir. En giros cada vez más cortos y vertiginosos, nos internamos bajo kilómetros de masas de agua, techos y paredes líquidas que amenazan con sepultarnos de un momento a otro.

(Fin del extracto.)

En lo sucesivo, el relato de Ernesto Valdemar presuponía que la tierra era hueca; que los polos, tan buscados, eran fantasmas, es decir, que consistían en aberturas en las extremidades norte y sur; que en el interior había vastos continentes, océanos, montañas y ríos; que la vida vegetal y animal era evidente en este nuevo mundo, y era probable que estuviese poblado por razas desconocidas para los habitantes de la superficie terrestre; que existiría un pequeño astro central que proporcionaría energía a los continentes intraterraqueos. Todo aquello poseía nombres: el reino de Agartha, la ciudad del Arcoiris cerca del polo sur, la ciudad de Shamballah, nueva Thule cerca del polo Norte… Por tres días más se sucedió la narración, las crónicas de esas aventuras, y para mí no había duda de que nos hallábamos antes los tres últimos capítulos prometidos a Poe y que nunca llegaron a sus manos. Ocho años vagaron Arthur Gordon Pym y Dirk Peters por aquel reino legendario, combatiendo a tribus subdesarrolladas, urdiendo complots contra los faraones, enfrentándose a los setenta y dos sabios de Agartha que sometían cruelmente a sus súbditos, explorando la Intra-tierra y, finalmente, llegando a contemplar en toda su magnificencia el sol que late en su centro.

El joven Ernesto experimentó una gran mejoría a lo largo de las sesiones, como si el testimonio le hubiese librado de algún gran peso en el alma.. Cuando di por concluida mi tarea, hablé primero con los padres:

-Ignoro si nos encontramos ante un auténtico caso de reencarnación. He hecho buscar por toda la casa algún ejemplar del libro en cuestión o a la persona de algún conocedor de Poe de los que su hijo hubiese podido valerse para urdir un engaño, pero sin resultados concluyentes. Es muy significativo ese antojo en la nuca de su hijo, que pudiera muy bien reproducir la cicatriz que Pym obtuvo en su aventura con la Ariel. Lo único que puedo decirles es que las fiebres han remitido y, si me aceptan un consejo de amigo, mejor sería que le dejasen hacer su vida, esto es, hacerse a la mar, no vaya a ser que ocurra como con el auténtico Pym, que se marchó de casa sin despedirse de sus familiares.

Después hablé con el propio Ernesto:

-Ernesto, no hallo indicios de impostura en ti. Pareces un buen muchacho. Pero la prueba que tienes ante ti es muy dura. Debes encontrarte a ti mismo, más allá de lo que esa segunda personalidad tuya viniese a dictarte. Ese Pym, si es que existió, ya contó con su oportunidad en la vida. Debes ser tú quién aproveche la presente.

Conservo con afecto y reverencia una copia de los tres extensos capítulos, anexos a la novela original. No soy un hombre crédulo, pero acaso tal vez algún día algún explorador avezado aporté evidencias de todas esas maravillas y prodigios que reveló este Pym apócrifo y entonces… entonces los que habitamos la cara externa de la tierra nos echaremos a temblar.

Notas:

1. (París, 1825 – Montsauce-les-Settons, 1893), neurólogo y profesor de anatomía patológica, titular de la cátedra de enfermedades del sistema nervioso, miembro de la Académie de Médecine (1873) y de la Académie des Sciences (1883). Fundador junto a Guillaume Duchenne de la neurología moderna y uno de los más grandes médicos franceses.

2. James Braid (1795- 1860) publicó en 1843: Neurypnology: or the Rationale of Nervous Sleep, su primer y único libro, donde expuso sus ideas al respecto. En él acuñaba los términos hipnosis, hipnotizar e hipnotizador, que todavía hoy siguen en uso. Braid definió la hipnosis como un "sueño nervioso" sustancialmente diferente al sueño corriente. El método más eficiente para inducirlo era fijando la mirada en un objeto brillante en movimiento a pocos centímetros de los ojos. Braid observó que la reacción fisiológica que propiciaba el estado de hipnosis era una sobre-excitación de los músculos del ojo lograda mediante una fuerte concentración de la atención.

3. (1803-1892) fue uno de los primeros hipnotizadores.

4. (1734 – 1815.) En 1779, Mesmer publicó su Memoria sobre el descubrimiento del magnetismo animal. En veintisiete artículos exponía su doctrina y el texto se transformó en la carta fundamental en la que se apoyan todos sus fieles. Se apoyaba en el postulado de que existiría un fluido universal que interactuaría con los cuerpos celestes y otros cuerpos animados. Esta influencia mutua tendría como resultado un flujo y un reflujo que actúan sobre los hombres, insinuándose en la sustancia de los nervios. De acuerdo con esta teoría, todas las enfermedades provendrían de una mala repartición de este fluido al interior del cuerpo. Al ser la unión entre el hombre y el universo del mismo tipo que aquella existente entre los objetos imantados, sólo se necesitaría drenar dicho fluido por medio de un imán (magnetismo mineral) para restablecer el equilibrio en el organismo. Entre los años 1783 y 1784, el mesmerismo se transforma en la curación "de rnoda" y es entonces que la Facultad de Medicina obtiene que se dicte una prohibición de las sesiones, lo que despierta la cólera de los pacientes y de la opinión pública. Sus discípulos, entre ellos el marqués de Puysegur, continúan con su obra. En 1784, Puysegur se sorprende al ver que sus pacientes se duermen cuando les hace la imposición de las manos. Es así como descubre el fenómeno del sonambulismo artificial, el que llama "sueño espasmódico". El cirujano inglés James Braid reemplaza en 1843 la palabra sonambulismo por hipnotismo. Finalmente, el profesor Charcot (1825‑1893), un neurólogo que ejerce en el Hospital de la Salpetriere, utiliza a su vez el hipnotismo en sus terapias. El mesmerismo, fuertemente atacado por los médicos durante la vida de su creador, conoce entonces una larga descendencia en el seno de la medicina oficial.


1 comentario:

Eupesio dijo...

Gran persona Jean-Martin Charcot,buen y sabio corazon el suyo,de tus cronicas se desprende que se trataba de un gran neurologo e hipnoterapeuta.Consiguio sanar al joven Valdemar,curarlo de esas fiebres de voluntad que lo aterian.Realmente me ha alegrado su sanacion,se ve un gran chico,la enorme cara de O que puso tras las sesiones de hipnosis me hacen ver que de esta ha salido.Una vez esa cura,quien sabe si el joven Ernesto,como su apellido indica,algun dia se eche a la mar,y la lie.
En otro orden de cosas gran Nider Leenden,no se si sabras que,por ejemplo,hay zonas en el Congo que todavia no han sido exploradas por el ser humano.Por lo que...si te apetece quisiera invitarte a darnos una vuelta por alli.No tendriamos mas que...montarnos en un avion,aterrizar en el Congo,contratar a un guia para que nos acerque en un vehiculo,y una vez alli,en el quid de la cuestion,morir.Muertes posibles puede haber muchas.La mas desdichada y primeriza seria morir tiroteados por el guia una vez que nos despedimos de su compaña.Pero luego,a mi haber se me suponen otras como...tras unos pasos dados en la espesura de esa selva negra morir enguantados por una masa inercial de pegajosas serpientes/bichas.De cualquier manera,no es ese destino del Congo destino mitico que me apasione.No se,gran Nider Leenden,lo encuentro demasiado claustrofobico,cerrado,demasiado enmarañado de vegetacion,con un horizonte bastante corto,limitado,que poco puede inundarte el alma.Creo que somos mas de terrenos limpidos y sagitarios,como los polos,por ejemplo,pero quien sabe,tal vez alla en el Congo,entreverados entre tanta voluptuosa y atarente vegetacion seamos capaces de vislumbrar con mayor claridad nuestra lenguil anatematica alma.
Gran Nider Leenden,sobre ese intramundo del que hablas,de seguro se que podras contarnos mas.Por los pocos retazos que nos has pincelado parece,al igual que este mundo,un lugar hostil y lleno de cabalgatas de lata.Yo no imaginaba eso de aquel.No se,me imaginaba el intramundo como una especie de paraiso para todos aquellos de cabeza ida.De cualquier manera y como mis palabras denotan...nada existe.A guijarro de cantar de pajarillos...musculoso vespertino ser oido escarpa.