De los papeles manuscritos de Jean-Martin Charcot 1:
Conocí al matrimonio Valdemar en el 65 en una demostración de sonambulismo 2 realizada en París por Charles Lafontaine 3, continuador de las doctrinas del marqués de Puysegur , discípulo del incomprendido Franz Anton Mesmer 4. Don Gonzalo Valdemar era un armador portugués, residente en las Islas Azores, concretamente en la ciudad de Ponta Delgada, en
Al año siguiente recibí una carta de ellos. Me pedían que fuese a visitarles con motivo de un caso clínico. Su hijo de 17 años, Ernesto Valdemar, estaba aquejado de una enfermedad mental. Decidí tomarme unas vacaciones y pedí una excedencia en mi lugar de trabajo, l’Hôpital de
Ernesto Valdemar era un muchacho espigado, de cabello, tez y ojos oscuros, bien parecido, de porte distinguido y gráciles movimientos. Si bien su madre se preocupaba por que vistiese como un caballero portugués, como convenía a su condición, él se obstinaba en disfrazarse del marinero más vulgar del puerto de Ponta Delgada. Se le daban bien los idiomas, pero rehuía el saber institucionalizado, y prefería la compañía de estibadores y carpinteros marítimos, de grumetes y oficiales de cantina. Era un joven apasionado por la vida en el mar. De estas disposiciones de su espíritu me informaron sus padres, porque en el tiempo en que yo lo conocí permanecía postrado en la cama, consumido por la fiebre. Los doctores que le habían examinado no habían sido capaces de hallar una dolencia física que explicase su estado. Sus padres, interesados por la ciencia mesmérica, habían pensado en recurrir a alguien serio, no a un charlatán de feria como Lafontaine, lo cual me honraba.
Permanecí junto al muchacho algún tiempo, administrándole cortas dosis de láudano para aplacar a su torturada psique. Cuando lo vi lo suficientemente repuesto, procedí someterlo a la hipnosis, ya que él no sabía expresar con sus propias palabras el motivo de sus quebrantos. En la primera sesión, se hallaban presentes sus padres, así como un secretario que transcribiría toda la conversación. Por suerte, su francés era bastante bueno y no había necesidad de intérprete. Unos pocos pases sumieron a Ernesto en el sueño mesmérico. Su respiración se hizo inmediatamente más fácil y parecía no padecer ninguna incomodidad física.
E. - Sí..., no; preferiría dormir más profundamente.
Ch. - (Después de algunos pases.) ¿Duerme ahora?
E. - Sí.
Ch. – Dígame si ve alguna cosa.
E. – Sí (el paciente titubea).
Ch. - ¿De qué se trata?
E. - ¡Oh, horror de horrores! (El paciente se estremece, se le demuda el semblante.)De repente el hielo se abre a derecha e izquierda y giramos vertiginosamente en inmensos círculos concéntricos, rodeando una y otra vez los bordes de un gigantesco anfiteatro, el ápice de cuyas paredes se pierde en la oscuridad y la distancia. ¡Pero me queda poco tiempo para meditar en mi destino! Los círculos se estrechan con rapidez... nos precipitamos furiosamente en la vorágine... y entre el rugir, el aullar y el atronar del océano y de la tempestad el barco trepida... ¡Oh, Dios!... ¡y se hunde...!
E. – No.
Ch. – De acuerdo… Dígame dónde se encuentra.
E. – En Nantucket.
Ch. - ¿Cómo dice? Repítalo, por favor.
E. – En Nantucket.
E. – Mi nombre es Arthur Gordon Pym. Mi padre es un respetable comerciante de pertrechos para la marina, aquí en Nantucket. Mi abuelo materno es procurador con buena clientela. Al cumplir los seis años me envió a la escuela del viejo Mr. Ricketts, un señor manco y de costumbres excéntricas, muy conocido de casi todos los que han visitado New Bedford. Permanecí en su colegio hasta los dieciséis años, y de allí salí para la academia que Mr. E. Ronald tiene en la montaña. Allí me he hecho amigo íntimo del hijo de Mr. Barnard, capitán de fragata. Augustus, que tiene casi dos años más que yo, fue a pescar ballenas con su padre a bordo del John Donaldson, y siempre me está hablando de sus aventuras en el océano Pacífico del Sur. Al fin, he acabado interesándome por lo que me contaba, y gradualmente he ido sintiendo el mayor deseo por hacerme a la mar. Poseo un barco de vela llamado Ariel. Con esta embarcación cometemos las locuras más temerarias del mundo, y hasta me maravillo de seguir entre los vivos. Una noche de borrachera no muy lejana, en plena tormenta nos arrolló el ballenero El Pingüino, capitán E. T. Block, de New London. Por fortuna, uno de los pernos que sujetaban la madera del casco se había salido abierto paso a través de la chapa de cobre, y había detenido mi marcha cuando yo pasaba por debajo del barco, inconsciente, fijándome de modo tan extraordinario a su fondo. La cabeza del perno había atravesado por el cuello la chaqueta de lana verde que llevaba puesta, y me había rasgado la parte posterior de mi cuello entre dos tendones, hasta la altura de la oreja derecha.
Ch. - ¡Arthur Gordon Pym! Ah, cómo no, ¡cita usted a Poe! También yo me extasié leyendo sobre esas aventuras en el polo sur. Imagino que ese lance casi fatal no le hizo cambiar de parecer en cuanto a lo de hacerse a la mar…
E. – ¡Al contrario, nunca he experimentado un deseo más vivo por las arriesgadas aventuras de la vida del navegante que ahora, una semana después de nuestra milagrosa salvación! Y es que, cuando más me entusiasmo en favor de la vida marinera es cuando Augustus imagina y describe los momentos más terribles de sufrimiento y desesperación. Me intereso escasamente por el lado alegre del cuadro. Mis visiones predilectas son las de los naufragios y las del hambre, las de la muerte o cautividad entre hordas bárbaras; las de una vida arrastrada entre penas y lágrimas, sobre una gris y desolada roca, en pleno océano inaccesible y desconocido.
Ch. – No podía ser de otro… Pero, como bien sabrá, estas visiones o deseos son comunes entre la clase harto numerosa de los melancólicos.
E. – Yo las considero tan sólo como visiones proféticas de un destino del cual siento su próximo cumplimiento. Augustus está totalmente identificado con mi modo de pensar.
Los dos sobrevivientes logran mantenerse con vida y descubren en la isla una serie de curiosas inscripciones, finalmente logran hacerse de una canoa con la que se lanzan a la mar en donde encuentran una irresistible corriente que los empuja hacia el sur, hacia el polo.
A medida que acercan al fin del mundo todo el entorno va cambiando, se ve una enorme columna de vapor en el horizonte, el agua toma un tinte lechoso y se calienta, cae sobre la canoa un finísimo y pálido polvo, decenas de aves gigantes y blancas gritan ¡Tekeli-li,Tekeli-li!
-Ignoro si nos encontramos ante un auténtico caso de reencarnación. He hecho buscar por toda la casa algún ejemplar del libro en cuestión o a la persona de algún conocedor de Poe de los que su hijo hubiese podido valerse para urdir un engaño, pero sin resultados concluyentes. Es muy significativo ese antojo en la nuca de su hijo, que pudiera muy bien reproducir la cicatriz que Pym obtuvo en su aventura con
Después hablé con el propio Ernesto:
-Ernesto, no hallo indicios de impostura en ti. Pareces un buen muchacho. Pero la prueba que tienes ante ti es muy dura. Debes encontrarte a ti mismo, más allá de lo que esa segunda personalidad tuya viniese a dictarte. Ese Pym, si es que existió, ya contó con su oportunidad en la vida. Debes ser tú quién aproveche la presente.
Notas:
1. (París, 1825 – Montsauce-les-Settons, 1893), neurólogo y profesor de anatomía patológica, titular de la cátedra de enfermedades del sistema nervioso, miembro de
2. James Braid (1795- 1860) publicó en 1843: Neurypnology: or the Rationale of Nervous Sleep, su primer y único libro, donde expuso sus ideas al respecto. En él acuñaba los términos hipnosis, hipnotizar e hipnotizador, que todavía hoy siguen en uso. Braid definió la hipnosis como un "sueño nervioso" sustancialmente diferente al sueño corriente. El método más eficiente para inducirlo era fijando la mirada en un objeto brillante en movimiento a pocos centímetros de los ojos. Braid observó que la reacción fisiológica que propiciaba el estado de hipnosis era una sobre-excitación de los músculos del ojo lograda mediante una fuerte concentración de la atención.
3. (1803-1892) fue uno de los primeros hipnotizadores.
4. (1734 – 1815.) En 1779, Mesmer publicó su Memoria sobre el descubrimiento del magnetismo animal. En veintisiete artículos exponía su doctrina y el texto se transformó en la carta fundamental en la que se apoyan todos sus fieles. Se apoyaba en el postulado de que existiría un fluido universal que interactuaría con los cuerpos celestes y otros cuerpos animados. Esta influencia mutua tendría como resultado un flujo y un reflujo que actúan sobre los hombres, insinuándose en la sustancia de los nervios. De acuerdo con esta teoría, todas las enfermedades provendrían de una mala repartición de este fluido al interior del cuerpo. Al ser la unión entre el hombre y el universo del mismo tipo que aquella existente entre los objetos imantados, sólo se necesitaría drenar dicho fluido por medio de un imán (magnetismo mineral) para restablecer el equilibrio en el organismo. Entre los años 1783 y 1784, el mesmerismo se transforma en la curación "de rnoda" y es entonces que
1 comentario:
Gran persona Jean-Martin Charcot,buen y sabio corazon el suyo,de tus cronicas se desprende que se trataba de un gran neurologo e hipnoterapeuta.Consiguio sanar al joven Valdemar,curarlo de esas fiebres de voluntad que lo aterian.Realmente me ha alegrado su sanacion,se ve un gran chico,la enorme cara de O que puso tras las sesiones de hipnosis me hacen ver que de esta ha salido.Una vez esa cura,quien sabe si el joven Ernesto,como su apellido indica,algun dia se eche a la mar,y la lie.
En otro orden de cosas gran Nider Leenden,no se si sabras que,por ejemplo,hay zonas en el Congo que todavia no han sido exploradas por el ser humano.Por lo que...si te apetece quisiera invitarte a darnos una vuelta por alli.No tendriamos mas que...montarnos en un avion,aterrizar en el Congo,contratar a un guia para que nos acerque en un vehiculo,y una vez alli,en el quid de la cuestion,morir.Muertes posibles puede haber muchas.La mas desdichada y primeriza seria morir tiroteados por el guia una vez que nos despedimos de su compaña.Pero luego,a mi haber se me suponen otras como...tras unos pasos dados en la espesura de esa selva negra morir enguantados por una masa inercial de pegajosas serpientes/bichas.De cualquier manera,no es ese destino del Congo destino mitico que me apasione.No se,gran Nider Leenden,lo encuentro demasiado claustrofobico,cerrado,demasiado enmarañado de vegetacion,con un horizonte bastante corto,limitado,que poco puede inundarte el alma.Creo que somos mas de terrenos limpidos y sagitarios,como los polos,por ejemplo,pero quien sabe,tal vez alla en el Congo,entreverados entre tanta voluptuosa y atarente vegetacion seamos capaces de vislumbrar con mayor claridad nuestra lenguil anatematica alma.
Gran Nider Leenden,sobre ese intramundo del que hablas,de seguro se que podras contarnos mas.Por los pocos retazos que nos has pincelado parece,al igual que este mundo,un lugar hostil y lleno de cabalgatas de lata.Yo no imaginaba eso de aquel.No se,me imaginaba el intramundo como una especie de paraiso para todos aquellos de cabeza ida.De cualquier manera y como mis palabras denotan...nada existe.A guijarro de cantar de pajarillos...musculoso vespertino ser oido escarpa.
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