lunes, 18 de febrero de 2008

Aletheia.

Me fastidia que el reverendo tenga que venir de excursión con nosotros. (Por cierto que los padres de Alicia comienzan a mirarme con malos ojos si lo alentaron… Quiero decirme a mí mismo que es por prevenir percances, pues a veces la corriente del río se revuelve y puede hacer volcar las barcas.)
Las tres hermanas ríen y se divierten en el otro extremo. La menor va acariciando el agua y se ha empapado meticulosamente toda la manga. Alicia se muestra tan parlanchina como siempre, haciendo gala de una sensatez que no es propia de su edad. Me alboroza el corazón. Se expresa sin complejos, irreflexivamente, sin temor a nada: el mundo es suyo. Se desenvuelve en la vida como un pez en el agua. (Debo amordazar pasiones amargas con relamidos versos: un verso de melaza por cada latido sordo y ardiente en mi bajo vientre.)
Si será falsa la imagen que me hago de la Verdad, que a duras penas vinculo su nombre con el tuyo, por más Alicia que Aletheia. Con razón todo tu ser, más allá de tu nombre, me desvela. En vela estoy desde que te conozco. No cierro los ojos ni me privo por el sueño (espurio sopor de muerte) de lo único que importa en vida: la pureza.
Absorbido por su inocencia, el corazón se me sale por los ojos. Tierno y vulnerable recibe las estacas que sujetan lo efímero.
Entonces, advierto un reflejo en el agua. El río es un juego de humo y espejos. A nuestros pies, una gigantesca rueda dentada evoluciona hacia estados discretos siempre con un restallido, de forma que el tiempo regular de su progreso es indesligable del sobresalto. Muy difuminadas, se aprecian un millón de ellas más, grandes y pequeñas, sincronizadas, trabajando al unísono. Un artilugio mecánico subyace a la ilusión del mundo. Nuestra barca es un adminículo: las tres hermanas suben y bajan por efecto de unas varillas. (El reverendo es tan insustancial que no ocupa espacio ni siquiera como ornamento de la máquina.) Yo remo con cadencia de autómata y trato de sobreponer mis pensamientos al crujir de los engranajes, al golpeteo rítmico de los dientes, al chasquido de los muelles. Estoy un poco asustado, observo a la pequeña niña: su cara se ha vuelto la de una muñeca de porcelana: pétrea e hierática. Me imagino reuniendo la suficiente voluntad para desubicarme y arrojarme como una pieza enloquecida para encallarme y atorar una cadena, un segmento crucial del ensamblaje, y el mecanismo se colapsase y todo saliese disparado, y Alicia fuese libre. Imagino las lenguas de fuego provocadas por la fricción descontrolada, las revoluciones fundiendo los ejes, la energía de lo abortado incidiendo sobre mí, pobre pieza desbastada en el cauce de unos dientes. Abrazaría el sufrimiento terrible, habiendo de permanecer consciente, perdurando en él para que mi sacrificio tuviese sentido: siendo yo tan minúsculo, el suplicio podría llevar toda la eternidad.

No hay comentarios: